Hoy es mi día. Es mi día por cosas de familia. Mis abuelas, las dos, se
llamaban Carmen. Ahora no está ninguna. Una murió allá por los años 60, vete a
saber por qué enfermedad de pobre murió, pero murió, y no la conocí. La otra,
hace cuatro años, a ella la conocí mucho, tanto que daría envidia.
Mi abuela Carmen, la mayor, era una mujer con una vida
miserable. Una mujer por decir algo, porque era tratada como ganado. O eso he
podido yo deducir, porque lo que es saber aquí nadie sabe nada, todo en esa
familia son rumores y recuerdos desprovistos de gravedad gracias al tiempo.
Mi abuela Carmen, la menor, era una mujer con una vida
miserable. Desconocía el sentido de la felicidad. Mi abuela Carmen sonrió,
delante de mí, un día, allá por 2009 o 2010, un día en que su bisnieto que comenzaba
a andar salió corriendo a sus brazos y ella sonrió. Se hizo un silencio
general, o eso recuerdo yo, igual el silencio estaba solo en mí, que la miraba
asombrada y que a pesar de ser un caso insólito, esa sonrisa suya es la imagen
que retengo.
Mis abuelas, Cármenes, eran mujeres de su tiempo, eran
mujeres de mi tiempo, eran mujeres a las que yo perdonaría el resentimiento,
porque mis abuelas ni siquiera sabían que tenían vidas miserables. Mis abuelas
creían que la vida de la mujer era eso, esa esclavitud continua, esa ausencia
del deseo propio, ese horrible estar en el mundo esperando a que los días pasen
y que se acabe la vida. Sin ningún propósito, sin sueños.
Pero mis abuelas Cármenes, tendrían sueños, quizá el problema
es que a nadie les importaba, o eso pensaban ellas, quizá el problema es que
nadie las enseñó nunca a detectar esos sueños, y mucho menos (¡impensable!) a
seguirlos.
Mi madre me ha contado muchas veces que la elección de
mi nombre fue por mi abuela Carmen, la mayor. Aunque a la otra le encantaría la
idea, supongo. Me pusieron el nombre estigma, el nombre de Carmen, el nombre
lógico de la mujer española, el nombre que carga con la Carmen de España que se
regocija de no ser la Carmen de Bizet.
A mí, como Carmen, me ha tocado recoger las Cármenes de
mis abuelas y devolverlas al mundo en forma de Carmen maquillada, Carmen
moderna, Carmen con carrera, Carmen con sueños, con risas, con deseos, con
futuro y con perspectiva.
Pero pasan los años y Carmen pesa, como pesa España,
como pesa mi tiempo y el tiempo de mis abuelas. Y Carmen sigue siendo Carmen.