sábado, 16 de julio de 2016

Carmen

Hoy es mi día. Es mi día por cosas de familia. Mis abuelas, las dos, se llamaban Carmen. Ahora no está ninguna. Una murió allá por los años 60, vete a saber por qué enfermedad de pobre murió, pero murió, y no la conocí. La otra, hace cuatro años, a ella la conocí mucho, tanto que daría envidia.
Mi abuela Carmen, la mayor, era una mujer con una vida miserable. Una mujer por decir algo, porque era tratada como ganado. O eso he podido yo deducir, porque lo que es saber aquí nadie sabe nada, todo en esa familia son rumores y recuerdos desprovistos de gravedad gracias al tiempo.
Mi abuela Carmen, la menor, era una mujer con una vida miserable. Desconocía el sentido de la felicidad. Mi abuela Carmen sonrió, delante de mí, un día, allá por 2009 o 2010, un día en que su bisnieto que comenzaba a andar salió corriendo a sus brazos y ella sonrió. Se hizo un silencio general, o eso recuerdo yo, igual el silencio estaba solo en mí, que la miraba asombrada y que a pesar de ser un caso insólito, esa sonrisa suya es la imagen que retengo.
Mis abuelas, Cármenes, eran mujeres de su tiempo, eran mujeres de mi tiempo, eran mujeres a las que yo perdonaría el resentimiento, porque mis abuelas ni siquiera sabían que tenían vidas miserables. Mis abuelas creían que la vida de la mujer era eso, esa esclavitud continua, esa ausencia del deseo propio, ese horrible estar en el mundo esperando a que los días pasen y que se acabe la vida. Sin ningún propósito, sin sueños.
Pero mis abuelas Cármenes, tendrían sueños, quizá el problema es que a nadie les importaba, o eso pensaban ellas, quizá el problema es que nadie las enseñó nunca a detectar esos sueños, y mucho menos (¡impensable!) a seguirlos.
Mi madre me ha contado muchas veces que la elección de mi nombre fue por mi abuela Carmen, la mayor. Aunque a la otra le encantaría la idea, supongo. Me pusieron el nombre estigma, el nombre de Carmen, el nombre lógico de la mujer española, el nombre que carga con la Carmen de España que se regocija de no ser la Carmen de Bizet.
A mí, como Carmen, me ha tocado recoger las Cármenes de mis abuelas y devolverlas al mundo en forma de Carmen maquillada, Carmen moderna, Carmen con carrera, Carmen con sueños, con risas, con deseos, con futuro y con perspectiva.

Pero pasan los años y Carmen pesa, como pesa España, como pesa mi tiempo y el tiempo de mis abuelas. Y Carmen sigue siendo Carmen.