Amado: Aquí frente al mar ancho y magnífico pienso en ti.
El sol es
como un manto caliente y me hace sentir una pereza inmensa. ¡Cómo brilla el
agua! ¡A veces tengo ganas de reírme sin razón! ¡No sé qué siento!
Me acuerdo
de un día que fuimos hasta el final del muelle cogidos del brazo. ¡Qué felices
éramos! Me sentía entonces emocionada como ahora entre el mar, la tarde y tú.
Aún no me
doy bien cuenta de lo que he hecho ni puedo pensar en más consecuencias que las
que me impulsaron a venirme.
¿Te
acuerdas de este verano maravilloso que hemos pasado juntos? ¿Sabes cada hora
de sol, de luz y de risas, cada beso tuyo, cada momento luminoso cuántas
lágrimas me costaba luego? Siempre pagué a precio bien subido mi dicha. Por eso
la aprecio tal vez, tanto.
Has sido
para mí de todo, desde la pena honda a la alegría fuerte de vivir… has sido… tú
lo sabes.
Tú sabes
qué oscura, qué fría era la parte de mi vida en la que no entrabas tú. Qué
agria mi casa, qué horrible.
Hace tres
días ─¿fue solo hace tres días?─ cuando me dijisteque te ibas de la isla para
siempre, qué angustiada, qué gris se me volvió de repente la vida.
Ya sabes
qué felices acabábamos de ser estos últimos días cuando mi padre y mi madrastra
se marcharon por fin, como pensaban, al extranjero.
Ya sabes
cuánto habíamos reído, cuánta luz verde y azul y dorada hemos bebido juntos por
los anchos campos que abren siempre su perspectiva azul de mar. Y de repente,
tú te ibas…
Me viste
llorar por una vez y no me da vergüenza. No puede avergonzar llorar por un
dolor tan grande.
Porque tú
eres ─¿no lo sabías?─ la primera, la honda, la gran ilusión de mi vida.
Porque yo
estaba segura de que si te ibas, te perdía para siempre, y contigo todas mis
cosas claras. Yo sabía que no me mandaría mi padre a casa de los parientes, a
donde ahora voy a estudiar, como me había prometido, “este invierno”. Porque
hasta que llegue el invierno han de pasar demasiadas cosas. Ha de estallar de
un momento a otro una guerra terrible en la que no sabemos si será neutral
nuestro propio país, sería difícil entonces que me dejaran, sola, atravesar el
mar… Y las promesas son promesas sólo y promesas vagas…
Por eso, mi
vida, rompí ayer las viejas huchas de mis ahorros de niña, por eso sin decirte
nada, estoy aquí, en la cubierta de tercera de un barco, sentada en un rollo de
cuerdas, mirando al mar.
Por eso
para ir hacia ti, me he fugado alejándome de ti. Cuando tú llegues, dentro de
dos, de tres semanas, yo estaré allí, contigo. Si viene una guerra la pasaremos
juntos y nuestra novela ─rosa y azul como los cuentos de hadas─ seguirá sus
capítulos hasta el fin. Nunca me arrepentiré de lo que he hecho aunque por ello
tenga que llorar lágrimas de sangre…
Yo no he
conocido una emoción más loca, más embriagadora y más de pleno triunfo que ésta
que se siente de ir apartando obstáculos para una fuga…
Y anoche,
amado mío, cuando bajo las estrellas del muelle se fue alejando la isla… ¡Yo no
he sido ni podré ser nunca tan tuya! Nunca, ni si me hubiera ido contigo te
hubiera podido dar más. Porque entonces ─¿no lo comprendes?─ habrías estado tú
conmigo para hacer frente a la situación, habríamos sido dos, para ese terrible
pago de consecuencias que viene siempre ─¿crees que no lo sé?─ después de
cualquier cosa de estas que tenga un átomo de maravilla.
Ahora soy
yo sola la que voy, a la aventura, por ti, para ti, sin ti…
Yo no sé si
te darás cuenta de cuántas cosas hay en todo esto que de tan hondas no se
pueden expresar ni escribir…
¡Yo estoy
contenta! El mar canta una canción salvaje, blanca y azul contra los costados
del buque y mi corazón la recoge y la siento respirar como una gran caracola.
No quiero pensar y sólo me gusta sentirme vivir mientras llego… Después…
¡No me
importa nada ese después…! Todo en el mundo se paga y no quiero que sea pequeño
el precio de esa inefable y azul locura que cuando se tienen 17 años representa
cruzar el mar, sin permiso de nadie, para esperar el amor…
Carmen
Laforet, Cartas a don Juan. Cuentos
completos. Menoscuarto, 2007