viernes, 14 de septiembre de 2012

Vidas minúsculas


Llegaron otras cartas, anuales o bianuales, que contaban de una vida lo que quería decir su protagonista, y que él sin duda creía haber vivido: había sido empleado forestal,  «cortador de madera», por último, dueño de una plantación; era rico. Nunca me detuve a soñar con esas cartas, de timbres y mastasellos raros —Kokombo, Malamasso, Grand-Lahou—,  que han desaparecido; creo leer lo que jamás leí: hablaba en ellas de acontecimientos ínfimos y de felicidades enanas, de la estación de las lluvias y de las amenazas de guerra, de una flor metropolitana que había logrado injertar; de la pereza de los negros, del brillo de los pájaros, de lo caro que era el pan; se mostraba bajo y noble; daba la seguridad de sus sentimientos más cordiales.
También pienso en aquello de lo que no hablaba: algún secreto insignificante nunca revelado —no por pudor, sin duda, sino, lo que es equivalente, porque el material lingüístico del que disponía era demasiado reducido para exponer lo esencial, y su orgullo demasiado inflexible para permitir que lo esencial se encarnara en palabras humildemente aproximadas—, algún exceso del espíritu en torno a un boato irrisorio, un deleite vergonzoso por todo aquello que le faltaba. Lo sabemos, pues esa es la ley: no consiguió lo que quería; era demasiado tarde para admitirlo: ¿de qué sirve apelar, cuando se sabe que la condena será perpetua, que ya no habrá aplazamiento ni segunda oportunidad?



Michon, Pierre, Vidas minúsculas, Anagrama, Barcelona, 2002.
Traducción de Flora Botton-Burlá.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tengo ganas de leer ese libro. Lo tengo olvidado desde hace meses en el estante en que guarda Pipo los libros que le pide la gente. Un estante minúsculo.

La primi.