viernes, 28 de noviembre de 2008

En el placer inconcebible de aquel dolor insoportable



Una tarde, cuando todos dormían la siesta, no resistió más y fue a su dormitorio. Lo encontró en calzoncillos, despierto, tendido en la hamaca que había colgado de los horcones con cables de amarrar barcos. La impresionó tanto su enorme desnudez tarabiscoteada que sintió el impulso de retroceder. "Perdone", se excusó. "No sabía que estaba aquí." Pero apagó la voz para no despertar a nadie. "Ven acá", dijo él. Rebeca obedeció. Se detuvo junto a la hamaca, sudando hielo, sintiendo que se le formaban nudos en las tripas, mientras José Arcadio le acariciaba los tobillos con la yema de los dedos, y luego las pantorrillas y luego los muslos, murmurando: "Ay, hermanita; ay, hermanita." Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no morirse cuando una potencia ciclónica asombrosamente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad con tres zarpazos, y la descuartizó como a un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel dolor insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que absorbió como un papel secante la explosión de su sangre.





GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Cien años de soledad. Random House Mondadori y RBA Coleccionables. Cayfosa, 2004. Primera edición de 1967. (120-121).

6 comentarios:

Juan Vico dijo...

Hay unos cuantos, poquísimos libros, a los que uno no se cansa nunca de volver para perderse en ellos una vez más. Este es como un océano: intimida y atrae al mismo tiempo.

Carmen dijo...

Juan, estoy encantada e impresionada de que entres por aquí. Mil gracias. Estoy de acuerdo, es un relato increíble, apasionante...
Un abrazo (me encantó conocerte entre copas y magos).

Juan Vico dijo...

A mí también me gustó mucho conocerte, Carmen, eres un encanto. Se me olvidó pasarte mi mail, es este: jsalidovico@yahoo.es
Escríbeme, anda, a ver si te convenzo para que vengas a conocer Barcelona ;)

Anónimo dijo...

Ejem...

Permisooo...

Pues sí, es un clásico, es decir, un texto que nunca ha terminado de decir todo lo que tiene que decir, y que por eso vuelve a leerse una y otra vez, una y otra vez... Gracias por recordarlo, Carmen.

Carmen dijo...

Esto, Jesús, esperaba tu polvo... En fin, ¿será cuestión de seguir esperando, o quizá no llegará nunca...?

Anónimo dijo...

Se fue y yo subí a mi apartamento. Pasaron diez minutos, y entonces apareció ella en el umbral, con una sonrisa levemente aprensiva en los labios. Se quedó allí con su vestido blanco, pequeña, inocente-corrompida, tosca-fina, una experta novicia.
Entró, cerré la puerta, e inmediatamente empezamos a besarnos durante un minuto, dos minutos, apoyados contra la puerta en la oscuridad. Oímos pasos fuera, dos fuertes llamadas. Alison me tapó la boca con la mano. Otras dos llamadas; luego una más. Duda, latidos del corazón. Los pasos se alejaron.
- Vamos -dijo Alison-. Vamos, vamos.

(El mago - John Fowles)