viernes, 23 de mayo de 2008

Los rivales



Un desafío concertado a sable con punta, filo y contrafilo. Dos caballeros frente a frente, al atardecer, sin padrinos, médicos ni público. Sólo el juez de campo los ve lanzarse a fondo, sortear las acometidas, romper saltando en retroceso. Son buenos esgrimidores, de movimientos elegantes y parejo dominio, se conocen, se respetan, se han batido con frecuencia, azuzados por padrinos indignos que intentaban hacerles un cartel de duelistas. Hoy, una vez más, desean zanjar dignamente tan enojoso asunto. Pero ninguna estocada pone fuera de combate a los adversarios, unos rasguños a lo sumo, una caída, una rotura de arma, un cuerpo a cuerpo. Tampoco en esta ocasión se resuelve el lance. Cansados, aplazan el cruento ajuste, confraternizan. El manco, con la vieja camisa zurcida a la vista, parece menos hosco, más frágil y melancólico. El inglés, de temperamento lenguaraz y desenvuelto, se despide con ampulosos ademanes. Cien años después, en el mismo lugar, los dos caballeros descienden de sus landós e intercambian corteses saludos. Una niebla helada desdibuja los perfiles del prado. El juez mide el terreno, procede al sorteo, lee las actas, les entrega las pistolas de cañón rayado. A veinte pasos, con las armas en guardia alta, esperan la orden de fuego. Apuntan durante treinta segundos. Aprietan el gatillo: los tiradores permanecen en pie tras las detonaciones consecutivas. Un proyectil ha silbado sobre el manco y aún humea el impacto del plomo a los pies del inglés. Sin menoscabo de su insuperada reputación, con objeto de poner fin a esta absurda rivalidad en la que nadie ha recibido ofensas, los dos gallardos contendientes, Miguel de Cervantes y William Shakespeare, volverán a comparecer una y otra vez en el campo del honor.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre es un placer encontrar un trabajo de Ángel. Buena elección, floreilla.