Para el hombre
común, lo inexplicable aparece siempre bajo el aspecto de lo catastrófico.
Virgilio Piñera
No hay angustia mayor que la de no saber cuál será
el momento exacto de tu muerte. El protagonista
de “El que vino a salvarme”[1]
después de presenciar una degollación en los baños de un bar, permanece el
resto de su vida ansiando la paz que encontró aquel hombre asesinado cuando vio
la hoja de la navaja acercarse a su cuello. La muerte en sí, opina el
protagonista, es un hecho natural e ineluctable
y por tanto no ha de ser temida.
El interés que adquiere la muerte en
este cuento es fundamental gracias al párrafo final. El narrador-protagonista,
en primera persona, nos cuenta cómo en el estado de languidez en que se
encuentra a los ochenta años cae en un estado intermedio entre la realidad y la
irrealidad. Él mismo, en su lecho de muerte, comenta la llegada del asesino y cómo
la muerte desde el retrato de su padre muerto lo está desafiando y él se rebela
y le contesta; así cuando reaparece el extraño personaje él ya sabe que va a
morir, conoce el momento exacto de su muerte. Con ello llega la paz y muere
entre agradecimientos.
Para dotar la narración de toda su
validez hemos de considerar las pistas que nos da el narrador. Una de ellas es
que las últimas palabras del texto son textuales, del protagonista, dirigidas
al verdugo. Por tanto, no aparece ya muerto; el cuento, que hace un repaso por
su vida y narra los momentos finales, acaba con una muerte en proceso: el
narrador no podría contar desde la muerte, no hay forma de sobrevivir al
cuerpo. El entramado parece contarnos una alucinación, un miedo y un deseo
llevados al “punto de máxima saturación”[2].
Piñera (1912-1979) murió con un aviso
distinto. Un ataque masivo al corazón que le venía rondando sin él haberlo
sentido. La noche anterior, cuenta Abilio Estévez, pronunció su “última
blasfemia”: “Sabes lo que pasa, Abilio, que yo soy inmortal”[3].
Por la tarde del día siguiente se dispuso a acudir a su cita para jugar a canasta
con un amigo médico. Debió de sentirse mal pero su obligación de aparecer en
casa del amigo era más fuerte que el dolor. Subió la escalera de casa del
médico a pie y llegó en un estado mortal al quinto piso. Ingresó en el hospital
prácticamente cadáver. Se veló en la funeraria rodeado de familia y amigos. Como
le ocurrió en vida, también muerto habría de sufrir la exclusión. Cabrera
Infante diría que la muerte y el funeral de Piñera se convirtieron en una “obra
del absurdo” que esta vez no le hubiese tocado escribir sino protagonizar, el
féretro aparecía y desaparecía en un marcado intento por parte de las
autoridades gubernamentales de evitar que se le llorara como merecía, con
flores y plumas. Pocos pudieron asistir al entierro y no aparecieron notas
necrológicas en los periódicos latinoamericanos. “Ya volverán las aguas a su
lugar”, solía decir él mismo, mas hubo que esperar cinco años tras ese fatídico
18 de octubre de 1979 para que su obra comenzase la restitución de la figura piñeriana
para la historia de la literatura. Cuenta Abilio Estévez que el último fin de
año que celebró, el de 1978, cuando más duro era su ostracismo, exclamó
bailando en medio de la sala que su centenario se celebraría por todo lo alto[4].
El pasado año 2012 fuimos testigos de que no andaba mal encaminado: Cuba
organizó en junio el coloquio “Virgilio Piñera tal cual”; se le dedicaron miles
de páginas en libros, periódicos, suplementos y revistas. El mundo literario hispánico
volvió a celebrar el nacimiento de aquel escritor que murió a deshora. Como
apuntara Cabrera Infante parece ser una creación del propio Piñera. Quizá también
esta dudosa aproximación al relato de su muerte no sea más que “una broma
colosal”[5].
Publicado originalmente en Ciapafu, Comunidad Iberoamericana de Amigos del Patrimonio Funerario, por Joaquín Zambrano, al que doy las gracias desde aquí.
[1] “El que vino a salvarme” en Piñera, Virgilio. El que vino a salvarme. La Habana : Letras Cubanas,
1987.
[2] “El conflicto” en Piñera, Virgilio. El conflicto. La Habana : Espuela de Plata,
1942.
[3] En: Espinosa, Carlos. Virgilio Piñera en persona. La Habana : Unión, 2003, 366.
[4] En Adsuar Fernández, María Dolores. Los enemigos del alma en los relatos de
Virgilio Piñera. Murcia: Universidad de Murcia, 2009, 363.
[5] Título del volumen de poemas póstumo: Piñera,
Virgilio. Una broma colosal. La Habana : Unión, 1988.
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